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El temporal descubre una calzada romana y restos del acueducto en Cádiz

La pérdida de arena en la playa de Cortadura deja al descubierto restos arqueológicos de gran valor histórico

Origen: El temporal descubre una calzada romana y restos del acueducto en Cádiz


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Gaius Iulius Caesar

Un día trece como el de ayer se cree que nació en la antigua y legendaria Ciudad de las Siete Colinas, hace más de dos milenios, allá por el año 100 a. C., en el mes de Quintilis, que en su recuerdo hoy lleva su nombre, el general y estadista romano Gayo Julio César. Probablemente una de las figuras históricas sobre las que más se ha escrito.

Emparentado con el gran Gayo Mario, y miembro de una veterana familia patricia de la gens Iulia, César se alineó con el llamado partido de los populares (defensores de las clases menos favorecidas de la sociedad romana) en su lucha contra la facción de los optimates (defensores de los privilegios de la nobleza y las clases más pudientes). Aunque ello no quiere decir que fuera un adalid de los pobres. Tampoco un justiciero. Y mucho menos un revolucionario a la usanza de lo que se entiende por revolución desde los comienzos de la Edad Contemporánea hasta la fecha.

Alcanzó gran celebridad por su osadía como estratega militar, su clemencia con el enemigo –en la medida en la que un militar romano podía ser tenido por clemente– y su capacidad como político. Sometió a los pueblos galos y llegó a Britania. Fue cónsul de la República y dictador vitalicio tras derrotar a Gneo Pompeyo Magno. Murió asesinado los idus de marzo del año 44 a. C. como consecuencia de la conspiración encabezada por Marco Junio Bruto, Gayo Casio Longino y un nutrido grupo de senadores rivales, pertenecientes al bando pompeyano, cuyas vidas, honores y haciendas respetó, cuatro años antes, tras la Batalla de Farsalia y tras el final de la Guerra Civil.

Estamos en el siglo I a. C. Roma es prácticamente dueña del mundo. Al menos del mundo conocido en torno al Mediterráneo. Gracias a sus legiones, los dominios de la República Romana se extienden más allá de las Galias, las dos Hispanias, el norte de África, Iliria, Macedonia, Grecia, Asia Menor, Siria y otros territorios limítrofes. Un inmenso espacio en el que conviven una gran diversidad de pueblos con culturas muy diferentes, unidos bajo la égida de la que, sin lugar a dudas, estaría llamada a ser una de las civilizaciones más influyentes de la Historia de la Humanidad.

Sin embargo, en el siglo I a. C., Roma vive también uno de los períodos más convulsos de su ya larga existencia. Las tensiones políticas y sociales entre patricios y plebeyos no se han resuelto, persisten, y la República, que atraviesa una de sus peores crisis, ya no se muestra como la forma de gobierno más útil para controlar, mantener y, sobre todo, administrar un gran imperio.

En este contexto es en el que irrumpe en escena este personaje relevante del que, en la efeméride de su nacimiento, acabo de acordarme. (Uno de los protagonistas principales, por cierto, del libro titulado “El Secreto de los Balbo” que un servidor, de la mano de Editorial GoodBooks, publicó en 2016). O más que relevante, fundamental, si lo prefieren. Dado que fue en torno a su obra y a su memoria cómo las instituciones republicanas desaparecieron para dejar paso al régimen dinástico imperial de sus herederos y al legado que dicho régimen habría de suponer para Europa y Occidente.

Viva Campo de Gibraltar, 14 de julio de 2017


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Presentación de "El Secreto de los Balbo" en Cáceres

Presentado en Cáceres “El Secreto de los Balbo”

El acto, que se celebró en el ateneo de la ciudad extremeña, el pasado 4 de mayo, contó con la participación de Cecilia Martín Pulido, licenciada en Historia, integrante de la junta directiva de la citada entidad cultural y responsable del área de publicaciones.

La novela del escritor barreño José A. Ortega, publicada por Editorial GoodBooks, y a la venta desde el pasado año, se centra en la figura de un personaje de origen gaditano que gozó de notable protagonismo en la Roma del siglo I a. C. Lucio Cornelio Balbo El Menor, quien, además de sobrino de Balbo El Mayor, amigo y confidente de César, fue patrono de la antigua colonia romana de Norba Caesarina, sobre la que se asientan los orígenes de la actual Cáceres.

El argumento gira en torno a un supuesto crimen nunca resuelto, ocurrido 15 años antes de la muerte del célebre dictador, y los enredos políticos que se suceden desde que este ínclito ciudadano romano accede a su primer consulado (59 a. C.) hasta que alcanza el poder absoluto.

El texto, no obstante, ofrece a lo largo de todas sus páginas una versión novedosa respecto al desarrollo de muchos de los hechos de la época sobre los que se tienen noticias y plantea alguna que otra hipótesis que sorprende. En particular, sobre la conspiración y el magnicidio de los idus de marzo del 44 a. C., sobre el idilio amoroso entre Cleopatra, reina de Egipto, y Marco Antonio, y sobre la relación de este último con Gayo Octavio, que luego habría de convertirse en César Augusto. Además, está repleta de detalladas referencias tanto históricas como literarias, fruto de una amplia e intensa labor de documentación y consulta de numerosas fuentes.

Ortega ya presentó “El Secreto de Los Balbo” en Los Barrios, su localidad natal, en Algeciras y en Cádiz, con motivo de la Feria del Libro de 2016, acompañado por el catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Córdoba Juan Francisco Rodríguez Neila, autor de varias obras ensayísticas sobre la Hispania Romana, y en El Puerto de Santa María el pasado 30 de marzo.


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El secreto de los Balbo, en El Puerto de Santa María

Presentado en El Puerto de Santa María “El Secreto de los Balbo”, el último libro de J. A. Ortega

El acto se celebró el pasado jueves, 30 de marzo, en la biblioteca pública municipal Rafael Esteban Poullet, ubicada en el Centro Cultural Alfonso X El Sabio de la ciudad portuense, y contó con la participación del vicepresidente de la Fundación Provincial de Cultura, Salvador Puerto, y el catedrático de Latín, Emilio Flor, fundador del grupo de teatro Balbo, que ha obtenido recientemente el Primer Premio en el XI Concurso Nacional de Teatro Grecolatino.

 La cita congregó a un público muy interesado por el contenido histórico de la obra, protagonizada por Lucio Cornelio Balbo El Menor, ciudadano romano originario de la Antigua Gades que en el siglo I a. C. promovió la construcción del llamado Portus Gaditanus donde hoy se levanta el casco histórico de El Puerto de Santa María. Además, contó con la asistencia del actor Paco Crespo, también integrante del grupo de teatro Balbo, que, junto a otros participantes, dieron pie a un entretenido diálogo con el autor en el que se comentaron detalles sobre el personaje y la época.

“El Secreto de los Balbo” se centra en la figura de un ciudadano romano de origen gaditano que gozó de gran notoriedad cuando en Roma la República se descomponía y se abría paso el régimen autoritario de los césares. Lucio Cornelio Balbo El Menor, sobrino de Lucio Cornelio Balbo El Mayor, amigo y confidente de Gayo Julio César.

El argumento de la novela gira en torno a un supuesto crimen nunca resuelto, ocurrido 15 años antes de la muerte del célebre dictador, y los enredos políticos que se suceden desde que este ínclito ciudadano romano accede a su primer consulado (59 a. C.) hasta que alcanza el poder absoluto.

El texto, no obstante, ofrece a lo largo de todas sus páginas una versión novedosa respecto al desarrollo de muchos de los hechos de la época sobre los que se tienen noticias y plantea alguna que otra hipótesis que sorprende. En particular, sobre la conspiración y el magnicidio de los idus de marzo del 44 a. C., sobre el idilio amoroso entre Cleopatra, reina de Egipto, y Marco Antonio, y sobre la relación de este último con Gayo Octavio, que luego habría de convertirse en César Augusto. Además, está repleta de detalladas referencias tanto históricas como literarias, fruto de una amplia e intensa labor de documentación y consulta de numerosas fuentes.

Ortega ya presentó “El Secreto de los Balbo” en Los Barrios, su localidad natal, en Algeciras y en Cádiz, acompañado por el catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Córdoba Juan Francisco Rodríguez Neila, autor de varias obras ensayísticas sobre la Hispania Romana y la Antigua Gades. También tiene previsto presentar la obra el 4 de mayo en Cáceres, invitado por el ateneo de esta ciudad.


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J. A. Ortega en Roma

La Antigua Roma

Con los idus de este mes de marzo, que ya dejamos atrás, se han cumplido –chispa más o menos– dos mil sesenta y un años del asesinato de César. Probablemente uno de los personajes históricos sobre los que más se ha escrito y que hoy, 16 de marzo (“Ante diem quintum decimum Kalendas Apriles”, que diría un romano), día en el que rescato el texto que sigue para este artículo, inevitablemente me tenía que venir a la memoria.

La Antigua Roma está más presente entre nosotros de lo que a veces nos pensamos. La huella de la civilización romana no solo perdura, sino que continuará perdurando por mucho tiempo. La lengua en la que nos comunicamos, el Derecho por el que se rige nuestro ordenamiento jurídico, muchas de nuestras costumbres y tradiciones constituyen parte de su gran legado a la posteridad. Además de todas las construcciones arquitectónicas (vías, basílicas, villas, templos, puentes, acueductos, teatros, anfiteatros, circos, etc) cuyos restos se conservan en infinidad de rincones de este Viejo Continente, especialmente la Europa Mediterránea, así como el Norte de África, Asia Menor y Oriente Medio, recordándonos no solo su poderío, sino también su pragmatismo.

Una mirada detenida a la Antigua Roma nos permite descubrir un sinfín de semejanzas con prácticas y conceptos que manejamos en las sociedades occidentales de hoy día. En el siglo I a. C. la República romana, con quinientos años de existencia, funcionaba como una pseudodemocracia. Y digo pseudodemocracia porque la idea que los romanos por aquel entonces tenían de la democracia no es la misma que nosotros tenemos. Con una estructura institucional firme y consolidada y un plantel de magistraturas civiles, o cargos públicos, que se ocupaban mediante un complejo sistema de elecciones en el que solo tenían derecho al voto los varones, patricios o plebeyos, que estuvieran censados como ciudadanos.

Llama la atención, por ejemplo, cuánto en materia política, para lo bueno y para lo malo, debemos a esa República de la que los romanos durante cinco siglos se mostraron tan celosos y orgullosos. Sobre todo en lo que a corrupción se refiere. (Ahora que, por desgracia, tanto tenemos que hablar de este tema). El clientelismo, una de las lacras de nuestra democracia actual, no solo era habitual, sino que se erigía en toda una institución dentro de un sistema en el que también competían partidos. En este caso, el de los optimates, que representaba los intereses de los más pudientes, y el de los populares, que defendía los intereses de la plebe, constituida por los menos favorecidos por la Fortuna. La eterna lucha de clases, que diría Marx.

La Antigüedad Romana, o, para ser más exacto, la Antigüedad Clásica, forma parte de nuestras remotas señas de identidad como europeos. En la actualidad hablamos de globalización y nos pensamos que estamos ante un fenómeno nuevo, producto del siglo en el que vivimos, pero la realidad es que no es nuevo del todo, tiene sus antecedentes. Tras el sueño frustrado de Alejandro Magno por unir bajo dominio macedonio la mayoría de los pueblos entonces conocidos, encontramos en la expansión de Roma y su gran Imperio un fenómeno que, en alguna medida, puede comparársele. Pues la República, primero, y los césares, más tarde, crearon un espacio inmenso –las Galias, las dos Hispanias, el norte de África, Iliria, Macedonia, Grecia, Asia Menor, Siria y otros territorios limítrofes, con el Mediterráneo como centro– en el que convivieron una gran diversidad de naciones que compartieron las leyes que las instituciones romanas imponían, las monedas que los romanos acuñaban, el derecho de ciudadanía que las autoridades romanas otorgaban y extendían y el latín y el griego como idiomas oficiales.

El emperador Marco Aurelio, en el siglo II d. C., encarnó mejor que ningún otro esa aspiración por hacer de Roma la patria única de todos los habitantes de la ecúmene o, lo que es lo mismo, la patria única de todos los seres humanos del orbe. Y, sorprendentemente, en pos de esa misma aspiración, aunque no bajo la égida de Roma, sino la de una democracia y una paz auténticas, casi dos mil años después todavía seguimos enfrascados.

Como ya saben, de cuando en cuando está muy bien eso de echarle un vistazo a la Historia.

Viva Campo de Gibraltar, 17 de marzo de 2017


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Descubren una civilización que vivió sin guerras ni desigualdad durante 700 años

Imaginaos la existencia de una sociedad sin guerras, armas ni desigualdad. Es una utopía, ¿verdad? Pues, parece increíble, pero existió. Los habitantes del valle del Indo vivieron así durante más de medio milenio (2600-1900 aC) en las llanuras del río Indo. Desde que arqueólogos británicos e indios tuvieron constancia de la existencia de este pueblo, en la década de 1920, han surgido numerosas teorías de su civilación. Una de ellas la apunta ahora Andrew Robinson, autor del libro ‘The Indus: Lost civilizations’, en un artículo de la revista ‘New Scientist’.

Después de casi un siglo de excavaciones se han descubierto más de un millar de asentamientos que abarcan, al menos, 800.000 kilómetros cuadrados de lo que hoy es Pakistán y el noroeste de la India. La investigación ha revelado datos sorprendentes que ofrecen un halo de esperanza a la humanidad. Robinson apunta que, aunque «fue una sociedad próspera y moderna», no se han encontrado restos arqueológicos que evidencien la presencia de ejércitos o alguna guerra en la región.

El escritor señala que los arqueólogos solo han descubierto una representación de seres humanos luchando, la cual forma parte de una escena mítica de una diosa femenina con los cuernos de cabra y el cuerpo de un tigre. «Tampoco hay evidencia de caballos, lo que sugiere que no se utilizaban para atacar a otros pueblos y ciudades». Asimismo, los esqueletos encontrados pertenecen a personas que murieron por alguna enfermedad, no como parte de ningún ataque.

Un pueblo moderno sin palacios ni templos

Este pueblo no solo vivía sin violencia, sino también sin lujos: desde que fue descubierto no se ha encontrado ningún signo de que hubiera habido «ni un solo palacio real o un gran templo», dijo Robinson en una ocasión a Neil MacGregor, director del British Museum.

Podrías pensar que esto sucedió porque eran cuatro gatos. Pero nada más lejos de la realidad. El valle del Indo contaba con una población de un millón de personas, las cuales se dedicaban al comercio de exportación marítima en el Golfo y Mesopotamia, donde se han descubierto objetos con signos de estos individuos.

La mayoría de los asentamientos –cuenta Robinson– eran pueblos, pero también había al menos cinco ciudades. Los más grandes son Mohenjo-Daro (Patrimonio de la Humanidad y ubicado cerca del río Indo) y Harappa, en el que destaca la planificación de sus calles. «Estos habitantes fueron los primeros en construir aseos, así como collares de piedras preciosas elaboradamente confeccionados y piedras exquisitamente talladas con escrituras que aún no han sido descifradas», añade.

No existía ningún gobierno: eran todos iguales

Mientras que Robinson y MacGregor están seguros de que los habitantes de Valle del Indo vivieron sin ningún conflicto armado, otros intelectuales lo ponen en duda. Uno de ellos es Richard Meadow, director del laboratorio de arqueología del Peabody Museum de la Universidad de Harvard: «Nunca ha existido una sociedad sin conflictos de mayor o menor escala», recoge ‘Daily Mail’. Este sostiene que hasta que no se descifre la escritura del Indo no podremos saber a ciencia cierta si tenían esta vida tan idílica, donde la desigualdad no tenía cabida.

Las sociedades de un tamaño considerable son generalmente supervisadas por un gobierno central, pero no han encontrado pruebas evidentes de que en el Indo hubiera aquello. Hasta ahora, la única pista que tenemos de que esto fuese posible es un busto de un hombre con barba que podría ser un rey o sacerdote (imagen de la izquierda). Resulta llamativo que hubieran construido tantos edificios y planificado las ciudades (como la de Mohenjo-Daro) sin la coordinación de un líder que organizase a las decenas de miles de hombres que trabajaron en ello.

Parece increíble que la civilización del Indo viviese en una utopía fantástica, pero las pesquisas apuntan a que así fue. Hasta que no se descifre la escritura (ya ha habido más de cien intentos), no es posible argumentar lo contrario, pues las pruebas parecen determinantes.

La misteriosa desaparición del Indo

El enigma de la civilización del valle del Indo no solo se reduce a su existencia, sino también a su desaparición. En el siglo XXII a.C., mientras el caos se extendía por Egipto, las ciudades del valle del Indo vivían un momento de esplendor. Pero, cientos de años después, en torno al año 1900 a.C., todas fueron abandonadas. El pueblo desapareció sin más.

Se han planteado diversas hipótesis para explicarlo, desde invasiones y revueltas políticas hasta catástrofes naturales. La más aceptada apunta al cambio brusco de algunos cauces fluviales, lo que provocó grandes inundaciones y el desbordamiento de los ríos. Además, hay indicios de que en esa época hubo una prolongada sequía, lo que pudo haber destruido la economía de la región.

La civilización del valle del Indo es la más enigmática de las cuatro grandes que se conocen. Mientras que Mesopotamia, el antiguo Egipto y la antigua China se vanagloriaban de la guerra, en el valle del Indo parece inexistente. ¿Significa esto que una utopía es posible? Y si es así, ¿cómo lo hicieron y por qué desaparecieron? Solo será posible responder a estas preguntas si los arqueólogos consiguen descifrar su escritura.

Origen: Descubren una civilización que vivió sin guerras ni desigualdad durante 700 años

Autor: M. Palmero (El Confidencial, 17 de septiembre de 2016)


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